Viviendo en el paraíso

La contadora Alberione se cansó un día de la rutina y decidió salir a buscar su libertad. Entonces nació Julia, la experta buceadora que encontró en una isla de Tailandia su lugar en el mundo. Y la felicidad

historias | Edición #57

“Esta es mi familia” le dice Jaques Mayol (Jean-Marc Barr) a Johana Baker (Rosanna Arquette) mostrándole una foto de delfines, que guarda en su cartera. “Creo que vengo de lo más profundo, amo el mar, su paz, la inmensidad. Soy feliz cuando estoy rodeado de agua y cuando me hundo y busco el fondo, en realidad estoy buscando el cielo, mi propio cielo”. De la película “Le Grand Bleu” (Azul profundo), 1988, dirigida por Luc Besson.

“Debajo de la superficie hay una paz inigualable, difícil de imaginar si no se ha vivido la experiencia. El buceo es una actividad pacífica y solitaria, más allá de que uno siempre baja acompañado por otro buzo. Y lo que se descubre a cada paso es maravilloso, es como estar en un mundo de fantasía que nunca deja de sorprender. La primera vez uno se queda con el pez más colorido o el más grande. Pero después le va prestando atención a otras cosas, porque hay vida en todos lados. Es fascinante”, dice Julia desde el otro lado del mundo, muy cerca de lo que idealizamos como un paraíso. “No recuerdo claramente lo que sentí la primera vez que bucee, ¡es que hace tanto tiempo! Pero de algo estoy segura, me debe de haber maravillado porque nunca más se fue de mi vida”

Hasta ese momento, el del descubrimiento, Julia crecía como sus amigas en el barrio Villa Rosas, en una casa donde su papá Julio Alberione acercaba el mar que lo apasionaba con acuarios de todo tipo. Pero en unas vacaciones en Brasil con su madre Gabriela y sus hermanos Natalia, Diego y Gabriel, Julio la convenció de ir más abajo de lo que les ofrecía el snorkel, y entonces juntos visitaron ese mundo maravilloso. “Recuerdo que me impactó la inmensidad, los corales. Un año más tarde volvimos a Brasil ya con la idea de hacer el curso con mi papá. A mí me encanta la aventura, la naturaleza, esperaba ese tiempo de verano y libertad, pero nunca imaginé que mi vida podría pasar por el buceo. Incluso cuando a los veinte años, en vacaciones, me quedé todo un verano trabajando en Brasil, en la misma escuela donde también hicieron el curso mi mamá y mi hermana”

¿Y mientras tanto, que fue de tu vida?
“Me recibí de Contadora y empecé a trabajar en una compañía en Buenos Aires. Hasta que hace unos cinco años me sentí agobiada por la rutina de estar nueve horas por día en una oficina y decidí hacer un viaje. Saqué un pasaje de ida a Nueva Zelanda, aprovechando que tenía una visa que se llama Working Holiday. Eso me permitía estar un año en ese país trabajando por un tiempo máximo de tres meses con el mismo empleador. No sabía bien que iba a pasar, fui abierta a ver cómo me sentía, sin un objetivo claro. Solo con la tranquilidad de tener el dinero para un pasaje de vuelta”

¿Qué te dijeron tus padres y en la compañía?
“Cuando dije que renunciaba para viajar, no me dejaron hacerlo y me dieron seis meses de licencia sin goce de sueldo. Pero igualmente dejé el departamento y llevé todo lo que tenía a la casa de mis padres en Rafaela. Ellos son geniales y me apoyaron en todo. En ese año en Nueva Zelanda fui una especie de mochilera. Apenas llegué conocí a Sofí y nos hicimos muy amigas, lo que me ayudó porque llegaba sin tener absolutamente nada. Nos compramos juntas un auto con el que viajábamos entre trabajo y trabajo, y de esa manera conocí mucho. Trabajé en una empacadora de Kiwi controlando los pallets de almacenamiento. Después en una granja de flores, una especie de jardín botánico. Luego me quedé en Wellington, donde más tiempo estuve, y trabajé como moza de eventos especiales, como personal de limpieza de casas y oficinas, fui ayudante de cocina y hasta estuve seleccionando cerezas en la temporada de cosecha”

Dejaste de ser la contadora Alberione para ser Julia…
“De trabajar haciendo auditorías contables en una oficina pase a hacer un montón de cosas distintas que habitualmente no se ven. Fue una experiencia extraordinaria que me enseñó a valorar el trabajo de los demás, porque uno va a un restaurante, por ejemplo, y no piensa en toda la gente que se ocupa de que vos la pases bien allí. Los que limpian, los que cocinan, los que preparan el lugar…Fue un gran esfuerzo, y varias veces me pregunté qué hacía allí, si tenía sentido estar lejos de mis afectos buscando algo que no sabía bien que era…pero luego entendía que si trabajaba más o menos un mes, con ese dinero podía viajar por el mismo tiempo. Es decir que valía la pena”.

¿Y cuando el año acabó?
“Me quedó un ahorro que me permitió ir por tres meses a Asia, cosa que hice con Agostina Fantini, que también es de Rafaela. Empezamos por Bangkok en Tailandia, luego fuimos a Laos, Vietnam, Camboya y nuevamente Tailandia, porque ya había decidido hacer el curso de Divemaster, que es el primer nivel que uno adquiere para poder después trabajar como profesional del buceo. Es como un guía o también el asistente de un instructor. Tenía claro que no quería volver a una oficina, menos aún a Buenos Aires, y entonces, estando del otro lado del mundo, tenía que buscarme una actividad que me permitiera vivir y ser feliz a la vez. Y el buceo era esa actividad”

¿Dónde te reencontraste con el buceo?
“Un amigo me recomendó que me venga para Koh Tao, que es una isla de siete kilómetros por tres, que está en el golfo de Tailandia y es famosa por sus arrecifes de coral tropicales, para hacer el curso de buceo. Fueron tres meses y cuando terminé solo me quedaba dinero para comprar un pasaje para Argentina. Me volví para estar con mi familia ya sabiendo que en el lugar donde hice el curso me habían ofrecido trabajo. Mi familia me dio todo el respaldo, cosa que hicieron siempre, y eso terminó por cerrar algo que igualmente ya estaba decidido. Pero yo necesitaba eso, porque creo que mi espíritu aventurero viene de mis padres que siempre viajaron mucho. Pero viajar no siempre te tiene con el ánimo bien arriba, hay veces que te sentís solo, o triste, o simplemente no estás bien, y llamar a mi casa y encontrar contención, que me escuchen y me entiendan es una inyección de fuerza. Ellos jamás me hicieron sentir que no podía hacer algo. Entonces me volví al centro de buceo, que es de habla española, y trabajé por seis meses como Divemaster”

¿Por qué te fuiste?
“Porque hice el curso de instructora en otro centro de la isla, entre otras cosas porque decidí que tenía que aprender a hablar muy bien el inglés. Y como en esta escuela necesitaban instructores hispanohablantes pase a trabajar ahí, que es donde aún estoy. En ese momento ellos necesitaban alguien en Koh Lipe, que es una isla todavía más chica que está al sur del mar de Andamán. El lugar es un paraíso que podes recorrer entero en una hora y el buceo que se puede practicar es excelente. Todo el grupo de trabajo, además, es de gran nivel y muy cálido. Allí conocí a Tim, que es mi novio, y el dueño de la academia. Me fui con él un par de meses a Indonesia, recorrimos bastante en barco, estuvimos buceando en Komodo, y después volvimos a Koh Tao. Ahora enseño buceo recreativo al tiempo que estoy haciendo los cursos de buceo técnico, que me permitirá ir mucho más profundo y estar más tiempo bajo la superficie. Tim es el instructor. Cuando lo termine, podré recorrer cavernas o inspeccionar barcos hundidos, por ejemplo. Esto exige dominar una técnica más compleja”
Tim Lawrence, su novio, recibió su primera calificación de instructor técnico en 1995 de IANTD en las Islas Salomón. Ha trabajado en Filipinas, Tailandia, Malasia, Indonesia, Borneo, Islas Salomón, Gran Canaria y Gibraltar. Ha establecido y poseído escuelas de buceo en Gran Canaria, Gibraltar, Koh Tao y Koh Lipe y ha sido responsable de localizar naufragios en todo el mundo. “Lo llaman “El cazador de naufragios”, tiene pasión por los barcos hundidos. Le gusta investigar la historia, saber que paso para que se hundiera y, obviamente, buscarlo, encontrarlo e investigarlo. A mí, en cambio, lo que más me apasiona de esto es llegar a un lugar donde nadie estuvo antes, eso me conmueve”

¿Tuviste miedo alguna vez buceando?
“No. Es cierto que tengo alma de aventurera y no suelo ser temerosa, pero fundamentalmente me preparo mucho, busco siempre perfeccionarme y jamás paso los límites, se cuáles son las consecuencias de un accidente en el fondo del mar, y entonces no tomo riesgos. Soy muy respetuosa de las normas porque sé que dentro de ellas estoy muy segura. E impongo ese respeto a quién bucea conmigo, porque siempre se bucea de a dos”

En este tiempo tu vida ha sido imprevisible, ¿tu futuro también lo es?
“Estar con Tim, que hace casi veinte años que está instalado en Koh Tao y su vida ronda en torno al buceo y a sus escuelas, ha transformado mi vida en rutinaria nuevamente. Pero es otro tipo de rutina, muy alejada a la de la oficina en una ciudad. Todavía no tengo muy claro cuál será mi futuro, pero vivir en un lugar donde siempre es verano y la gente que te rodea está de vacaciones, genera un ambiente hermoso sin lugar para el stress. Me siento libre, y eso es impagable”

¿Sos feliz?
Sí, claro que soy feliz. Si estoy lejos de mi familia, de mis amigos, de la ciudad donde nací, decidí salir de mi zona de confort, y me hago esa pregunta, la respuesta tiene que ser un si contundente. Si alguna vez lo dudo, entonces tengo que cambiar, eso lo tengo súper claro. Seguramente puedo ser más feliz. Es que el ser humano suele ser bastante inconformista y siempre queremos más. Estar más cerca de mi familia sería fantástico, pero no es posible. Soy feliz, muy feliz. Y sé que ellos lo son también por saber cómo me siento. Eso es lo más importante”

 

OSCAR A MARTINEZ
19/09/2.019