destinos y sabores | Edición #63
La ciudad de Ushuaia es uno de los centros turísticos más importantes de la Argentina. Considerada la más austral del globo, es la ciudad del “Fin del Mundo”. Más allá de ella, sólo se encuentran las tempestuosas aguas donde se abrazan los océanos Atlántico y Pacífico, y los hielos de la Antártida. Ushuaia es la capital de la provincia más joven de la Argentina: Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Con algo más de 60 mil habitantes, la capital fueguina recibe unos 90 mil turistas extranjeros por año, muchos de los cuales llegan en los 400 cruceros que anualmente atracan en la ciudad, como parte de recorridos que los llevan a las Islas Malvinas, a la Antártida, al Cabo de Hornos y a los puertos de la costa chilena.
Para llegar por tierra a Ushuaia sólo hay una ruta, la nacional 3, que tiene su kilómetro 0 en Buenos Aires y el muere en el kilómetro 3079, en la Bahía Lapataia, en el corazón del Parque Nacional de Tierra del Fuego, a una veintena de kilómetros del centro de Ushuaia.
No son sólo kilómetros: para ir a la porción argentina de la isla todo vehículo terrestre tiene que ingresar en territorio chileno a través del Paso de Integración Austral, a unos 100 kms. al sur de Río Gallegos. Luego de hacer los trámites aduaneros, hay que dirigirse a Punta Delgada, donde se encuentra el paso a través del Estrecho de Magallanes, para el cual hay que embarcarse en un sistema de ferrys que comunica, con frecuencia de media hora, las dos orillas del legendario Estrecho de las tormentas, que tantos naufragios ocasionó.
La espera depende de las condiciones climáticas: si los inclementes vientos del Oeste lo permiten, la navegación es fluida y el cruce dura sólo media hora. Si en cambio el viento sopla con ráfagas que pueden superar los 90 kilómetros por hora, la espera puede prolongarse durante largas horas, generalmente hasta la noche, cuando la marea baja y el viento amaina, una condición meteorológica que supo descubrir el capitán Robert FitzRoy hace casi 200 años, cuando navegó con el legendario “Beagle” las aguas fueguinas en los memorables viajes que realizó, el segundo de los cuales embarcó al naturista Charles Darwin, que sobre la cubierta del buque recogió las experiencias que lo llevaron a elaborar su teoría sobre la evolución de las especies. Y aún queda el reingreso a la Argentina, en San Sebastián, sobre la costa del Atlántico Sur.
Recostada sobre las faldas de un cordón cordillerano de mil metros de altura, Ushuaia depende para sus abastecimientos de las buenas relaciones con Chile. Quizás por eso su avenida principal, la que bordea la bahía homónima de la ciudad, se llama Maipú, en homenaje a la batalla que el Ejército de los Andes libró para asegurar la independencia de Chile. Sin embargo, en esta ciudad donde en enero las temperaturas son casi idénticas a las del invierno más crudo de nuestra pampa gringa, el sentimiento hacia Chile es más frío que las temperaturas glaciales de julio.
Hay algunas imágenes e historias que no aparecen en los recorridos turísticos y en los folletos que ilustran al turista sobre las bellezas naturales o la historia de la colonia presidiaria que mucho contribuyó a la urbanización de Ushuaia, con sus protagonistas de triste fama, entre los que figuraron algunos de los delincuentes más peligrosos de la Argentina, pero también presos políticos de las primeras décadas del siglo XX.
Contrariamente a lo que sucede en la Patagonia, donde es muy común cruzarse con autos con patente chilena, en la Tierra del Fuego Argentina casi no se ven vehículos trasandinos. Perdura en la memoria colectiva de este pueblo aferrado a los sentimientos soberanos el recuerdo de la guerra que no fue. En 1978, un diferendo por la posesión de las islas Picton, Nueva y Lennox, en el canal de Beagle, llevó a que Argentina y Chile llegaran a una tensión bélica que incluyó movilizaciones masivas de tropas. Cuando ya las fuerzas militares de ambos países habían puesto hora al inicio de las hostilidades, una mediación del Papa Juan Pablo II evitó el derramamiento de sangre. La orden de retroceder llegó a las avanzadas argentinas a las 23.30 del 21 de diciembre de aquél año: la hora 0 del ataque estaba fijada para las 4 del 22. Tan cerca de la tragedia se apagó la mecha.
Sin embargo, el recuerdo de aquellos días está presente en Tierra del Fuego. Por ejemplo, en los tramos de la RN 3 ensanchados a 20 metros, que todavía se pueden ver, testimonios de los preparativos para convertir a la carretera en pista de aterrizaje para los aviones militares. O en los números blancos pintados en los techos rojos de los galpones estancias Sara, Viamonte y otras, respondiendo a la codificación establecida para identificarlas desde el aire; o en los depósitos de combustible herrumbrados, enterrados en la estepa; o incluso en las baterías de artillería que todavía se observan en el barrio Monte Gallinero, en la parte alta de las laderas que rodean a Ushuaia, apuntando a las aguas del canal de Beagle.
Ushuaia, cuya población civil en 1978 fue evacuada hacia el continente, se había preparado para resistir un asedio militar intenso. Los gigantescos depósitos de combustible del complejo Orion, de YPF, habían sido vaciados completamente. Quince mil soldados estaban acantonados en la ciudad y los depósitos de víveres se habían enterrado: con la orilla sur del canal de Beagle en manos de Chile, Ushuaia estaba expuesta las 24 horas a los bombardeos desde la Isla Navarino. Aislamiento en serio, bajo la amenaza del fuego enemigo.
Malvinas, la llama sagrada
En la misma avenida costera está el Monumento a los Caídos en las Islas Malvinas, en la guerra de 1982. Es una construcción impresionante, no por estructura sino por sus simbolismos. Una llama votiva que arde durante las 24 horas desafía con su fuego las lluvias casi diarias que azotan a la ciudad. No la apaga ni el agua ni el frío y aunque su calor no alcanza para entibiar el mármol helado que contiene los nombres de todos los caídos en combate, ayuda para entender el sentimiento que alberga a los habitantes de esta ciudad.
Es que a menos de mil metros de ese Monumento majestuoso, donde la bandera ondea orgullosa sobre una escultura del mapa de las islas, está la sede de la Base Naval Almirante Berisso. Cruzando la calzada desde la sede del apostadero naval el visitante se puede encontrar al Hospital Naval de Ushuaia, integrado en la configuración urbana al complejo del Museo del Presidio. Desde ese apostadero partieron los barcos que el 2,3 y 4 de mayo de 1982 partieron los buques que recogieron a los sobrevivientes del crucero General Belgrano. Y a ese puerto, a menos de mil metros de donde está el Monumento que los homenajea, llegaron esos hombres que habían pasado la traumática experiencia de haber sobrevivido al torpedeamiento de su barco en alta mar. Los atendieron en ese Hospital que ahora los turistas del mundo miran de soslayo, entre museos y souvenires. Y la piel se eriza pensando en aquellos días
Mientras los lujosos cruceros turísticos van y vienen por el canal de Beagle –antes de la actual pandemia, claro está-, alcanza con cerrar los ojos para imaginar el clima de aquél otoño, cuando la gesta de Malvinas se vivía, en toda la Patagonia y especialmente en este rincón aislado de la Argentina, casi desde la primera línea de batalla. Cuando cada barco que salía podía ser blanco del enemigo, y cada unidad que regresaba era sobreviviente de actos de guerra.
Sólo entonces uno entiende, en la majestuosidad del paisaje, la profundidad del sentimiento soberano que se manifiesta en esos monumentos; en los gigantescos murales dedicados a los excombatientes; en los nombres de las calles que recuerdan –con el homenaje a los notorios entre tantos anónimos- a los que ejercieron Soberanía con la simple elección de este lugar inhóspito y aislado para hacer su vida bajo el cobijo de la Bandera Argentina. Y también entiende el lema de esta provincia nuestra que tan poco conocemos: Tierra del Fuego, Tierra de Soberanía.