Palacio Barreiro, participe necesario en la construcción de Rafaela

Una casa de familia es muchas veces, aunque sus habitantes no lo sepan, un integrante más de la misma. Así como hay personas que son la encarnación de ideas y conceptos, hay casas, como ésta, que son la materialización de la persona colectiva que forman quienes las habitan. Éste es un caso.

historias | Edición #74

Esta casa fue mandada a construir en los albores del Siglo XX, “en el centro del centro” de la entonces pequeña ciudad. Porque nació con la flamante ciudad que dejaba de ser pueblo. Sus comitentes fueron el matrimonio de el Dr Carmelo Barreiro y Doña Luisa Raimondi, nacidos entrerriano él y porteña ella, pero venidos a este mundo para un destino de rafaelinos hasta los tuétanos.

 

 

Épocas duras de trabajo sin descanso como forma de entender la vida. La lucha por la inserción social y profesional a pesar de la resistencia de la oligarquía vernácula. La hipotecas como un precio tangible de los sueños por el solar propio.

Esta casa fue el  escenario de la vida familiar sin distinción de pasiones: la medicina, la política, la educación, la cultura , y por sobre todo como expresión de todas ellas, el compromiso social. Esta casa albergó epopeyas y fue testigo de la falibilidad de las pasiones, es decir, de la vida misma, sin hipocresías.

Era una gran T . Un frente al “Boulevard” Santa Fe donde las rejas daban paso al jardín de entrada principal, con las mismas palmeras africanas del Boulevard y una enorme galería de glicinas. Con el tiempo se construyó en ese espacio la que fue muchos años la sede del Jockey Club de Rafaela. Otro frente fue el del Policlínico Rafaela , sobre calle San Martín, el 340 y el 356. El tercer frente daba a calle Güemes, eran los garages y otros servicios, donde supieron improvisar sus talleres algunos autos de las 500 millas , aquellas de antes del Óvalo, en los caminos rurales.

En esta casa, la vida era un continuo desfile sin horarios de gente allegada, de reuniones políticas y sociales, de pacientes que llegaban desde puntos lejanos y además de atenderse en el Policlínico almorzaban y cenaban. No había distinciones sociales. Allí se mezclaron desde el más humilde de los peones de campo hasta un Presidente de la Nación, Don Hipólito Irigoyen. Poderosos empresarios y gente común de la más común pero no menos considerada en esa casa tuvieron su plato en la mesa, como cantaba Serrat.

Allí no hubo minorías, cuentan las anécdotas de las discusiones políticas, a veces a los gritos, desde las rejas de la casa hasta el cantero central del Boulevard.

La dueña de casa replicaba a viva voz los dichos de los mitines conservadores en el cantero, vedados a las mujeres.

En la Sala de Música, con frescos alusivos en el cieloraso y cortinas de terciopelo rojo en las paredes, se vió fumar a las señoras en público, toda una conquista. Aquel piano todavía está hoy en el Colegio Nacional de Rafaela , colegio que se imaginó y se gestionó desde esos salones. Como se imaginaron en esos salones y en los de tantas casas similares de la ciudad el Acueducto Esperanza-Rafaela, la pavimentación de la Ruta 34, y tantas obras obras, porque los dueños de ésta y aquellas casas construyeron la ciudad en tiempos que la conducción política no era una profesión sino que trabajaban domingo a domingo en lo suyo, aunque tuvieran cargos, que desempeñaban quitando tiempo al suyo propio.

Esta casa es un símbolo de la familia y tantas otras casas y otras familias que durante generaciones hicieron sin reservas de su vida la vida de la ciudad y de sus vecinos.

Esta casa, hoy en su retiro, es una lección que nos recuerda que es Ley Natural el paso del tiempo, la vejez del cuerpo, el deterioro de lo material. Que los oropeles encandilan , y que la soberbia distrae inútilmente,  pero que lo  único que construye y deja huella es el amor a los que nos rodean.