historias | Edición #52
“Somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia no es un acto sino un hábito”, Aristóteles.
La maravillosa Ópera de Sídney parece un enorme velero galáctico flotando en la bahía, apenas al costado del gran puente arqueado de acero. Es la primera imagen que muestra la ciudad maravillosa, la misma que es considerada la más amigable del mundo y también una de las cinco con mejor estándar de calidad de vida. En esta Sídney cosmopolita que tiene su área metropolitana rodeada de parques nacionales que contienen bahías y ríos, Juan se siente pleno. “Es que Australia es un país fantástico y Sídney su mejor ciudad. Aquí vivo con mi pareja. Acabo de recibirme de Doctor en Filosofía, lo que me significó un gran esfuerzo, y trabajo en lo que me apasiona. Desde que emigré de Argentina, hace ya casi ocho años, pasé por diferentes etapas, alguna oscura donde extrañaba mucho y me planteaba si valía la pena estar lejos de la familia, o si lo que hacía era lo que verdaderamente me gustaba. Y otras en las que me sentía pleno. De estas últimas, creo que la actual es la mejor. Y entonces hoy no me planteo ningún cambio grande, pero nunca cerraría la puerta a regresar a mi país y a estar cerca de mi familia”, me dice a través del teléfono, desde 12.000 kilómetros de distancia y con 13 horas por delante de diferencia horaria.
“La tecnología es fenomenal para muchas cosas, entre ellas, es clave para permitir una comunicación excelente a pesar de estar a tanta distancia de mis seres queridos. Por ejemplo, hoy uno de mis hermanos está en Europa, el otro en África, el resto de la familia en Argentina. Pero además tengo amigos en Estados Unidos, en Asia, y con todos ellos puedo estar en contacto cuando quiero y fácilmente. Esto me ayudó mucho en etapas donde necesitaba sentirme acompañado y apoyado. Mi familia fue clave dándome contención en ese tiempo. Además, la cantidad de vuelos que hay hace que en horas puedas cruzar el mundo y estar con los tuyos, entonces la gran limitante es el dinero. Pero esas cosas ayudan a no sentirme lejos”, asegura convencido Juan
Juan es Juan Molfino, el hijo de Mario y María Delfina Barreiro, el que nació en Rafaela el 20 de julio de 1984, el día del amigo, o el día en que el hombre llegó a la luna, un hecho que tiene relación directa con su espíritu emprendedor. “Mi infancia fue hermosa. Tengo una gran familia, con padres muy activos, cuatro hermanos y una hermana de edades variadas, lo que generó siempre intercambios muy interesantes, y fuertes. Todos estamos siempre en etapas muy diferentes. Por ejemplo, cuando Santiago era muy chiquito Lucas ya estaba en la universidad, y cuando este emigró de Argentina, Santiago recién estaba en el secundario, entonces todo era muy dinámico y diverso. Siempre debatimos mucho porque, por esas diferencias de edades y experiencias, tenemos miradas muy distintas. De chico practiqué casi todos los deportes. Tenis, natación, fútbol, pero lo que más me marcó en la adolescencia fue el rugby”.
¿La filosofía del rugby se metió en tu vida?
“Sí. Es un deporte hermoso con valores fuertes de una buena sociedad. Me marcó como persona y me enseñó a trabajar en equipo y a darle valor a cada uno de los que están cerca mío”.
¿Cómo nace tu relación con el campo?
“Bueno, mi abuelo materno era médico pero también era productor agropecuario. Además tengo dos tíos por el lado de mi Papá, que son ingenieros agrónomos. Y mi hermano es veterinario. Iba al campo de muy chico, y cuando mi Papá se comenzó a dedicar a la explotación agropecuaria, me metí definitivamente en esto. Me gustan mucho los animales. Y la relación pasto-animal siempre me despertó inquietudes, lo que me llevó a estudiar agronomía”.
También está el tema de la inmensidad y la soledad…
“En el campo se siente mucho la soledad. Sobre todo en establecimientos ganaderos extensivos, como en el norte de Santa Fe. Uno pasa mucho tiempo solo o acompañado pero hablando muy poco. Estar en medio de la inmensidad de las pampas y montes ayuda a pensar, a autoanalizarse y plantearse cosas constantemente”
¿Cuándo te diste cuenta que tu vida profesional iba a pasar por allí?
“No recuerdo algún momento en particular en el que haya decidido estudiar agronomía. Como dije antes, el hecho de que mi padre se dedicara al campo y mi hermano a la veterinaria incidieron y terminaron de decidirme. Después, la propia carrera se encargó de transformarme en un apasionado, porque es tan amplia y con tantos matices que atrapa. Además te da una gran base cultural, es una ingeniería con una base de biología que abre un gran abanico de posibilidades, de caminos distintos. La universidad pública argentina es excelente, soy un eterno agradecido a la educación pública. Recibí una gran formación en ella, tanto en el colegio Nacional, donde hice el secundario, como en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Litoral, en Esperanza, donde me recibí de Ingeniero Agrónomo”
Te fue muy bien allí. Fuiste incluido en la nómina del Cuadro de Honor de los mejores promedios 2009 de los egresados de todas las universidades santafesinas…
“La etapa universitaria me marcó mucho. Desde la ciudad, porque Esperanza es muy parecida a Rafaela, pasando por los amigos que hice en ese tiempo, y terminando con su cercanía con el campo, lo que la ubica en un lugar ideal. Fue una etapa muy linda de mi vida”
Cuando uno piensa en Florianópolis, piensa en vacaciones, ¿Cómo terminaste estudiando allí?
“Es que surgió la posibilidad de obtener una beca en el exterior y la tomé. Era en Brasil y me tocó Florianópolis. Si bien es una isla en la que uno cree que solo tiene cabida las playas y las vacaciones, la Universidad de Santa Catarina es excelente, y el estado de Santa Catarina es muy importante productivamente, y si bien son minifundios, a diferencia de lo que solemos ver por aquí, me dejó muchas enseñanzas. La verdad es que fui bastante a la playa, pero también trabajé y estudié mucho, y me permitió conocer sobre la producción de carne, de leche, frutas, viñedos. Fueron seis meses de gran aprendizaje que incluye hablar bien el portugués”.
Regresaste para volver a partir…
“Cuando terminó la beca en Brasil, volví a Esperanza, terminé la carrera y me vine a trabajar con mi papá. Pero a mí me gusta mucho viajar y buscar nuevas experiencias. Así que armé las valijas y me fui solo a Nueva Zelanda a recorrer, conocer y a tratar de trabajar. Y se dio. Estuve casi un año en ese país trabajando como peón en un tambo, con una gente increíble y en un lugar maravilloso. Después hice un pequeño viaje por Asia y regresé al país porque se casaba mi hermano Pedro. Pero lo de Nueva Zelanda me había gustado mucho y entonces fui para Australia, pero sin tener la certeza de lo que iba a hacer”.
¿Ibas de vacaciones o a buscar trabajo?
“Fui sin nada, solo con las ganas de trabajar y aprender. Golpee muchas puertas hasta que llegué a la Universidad de Sídney y de tanto insistir me dieron una oportunidad. Trabajé casi dos años allí en investigación y luego comencé a estudiar el PhD. Siempre me consideré un hombre de suerte pero también un emprendedor, curioso, que siempre quiere aprender algo nuevo. Estoy convencido que esto último afecta a lo primero”
En Australia te recibiste de Doctor en Filosofía. Eso no suena mucho a campo…
“Es que uno puede serlo en diferentes ramas, es un proceso de cuatro años en donde uno prepara una tesis que es un proyecto de investigación acerca de algo nuevo. Lo que hace es crear conocimiento, innovar. Lo mío tiene que ver con la agronomía, especialmente con la producción de leche y con sistemas de ordeñe robóticos o automáticos. Se trata de una tecnología nueva en países como Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Chile o Uruguay, que tienen sistema pastoriles y están adoptando esta tecnología que reemplaza el ordeñe manual. La investigación que hacemos es para respaldarlos no solo en lo operativo sino también para ver el impacto social. Es decir, su injerencia en la mano de obra y en la calidad de vida del productor. Pasé mucho tiempo en tambos haciéndole un seguimiento a productores rurales, viviendo con los tamberos para ver como era su rutina, y si esta cambiaba con la nueva tecnología. Fue una gran experiencia”
¿Seguís ligado a la Universidad?
“Si, sigo investigando en lo que tiene que ver con tecnologías aplicadas a la producción animal. Mientras tanto, estoy trabajando en una empresa comercial que ofrece un software para la medición y el manejo de las pasturas en tambos. Todavía no tengo claro que voy a hacer más adelante, si quiero seguir en la docencia, ya que es algo que me gusta, o si quiero abrirme de lleno a la parte comercial”.
¿Cómo es un día tuyo del otro lado del mundo?
“Todo se inicia a las 6 de la mañana, porque soy de poco dormir, tomo unos mates y me voy a correr o a pasear con mis perros, y después me voy a la Universidad, donde estoy de 9 de la mañana a 5 de la tarde. El campus de la Universidad está a una hora de Sídney, allí trabajo en el laboratorio, en el campo, hago experimentos con animales, analizo datos, suelo tener reuniones y también doy clases a estudiantes. Regreso a casa y, algunas veces, voy a jugar al fútbol. Después de cenar me gusta mucho leer”
¿Sos feliz?
“Si, mucho. Terminar el PhD me significa cerrar una etapa en la que puse un gran esfuerzo intelectual y físico, porque se trató de un desafío personal muy grande. El hecho de que sea en otro idioma lo hace aún muy difícil. Me siento agradecido de haber nacido donde lo hice, de tener la familia y amigos que tengo, de haber recibido una educación pública extraordinaria, que me permitió contar con las armas necesarias para hacer este camino. Sí, me considero una persona feliz”
OSCAR A MARTÍNEZ
18/04/2.019