En busca de la excelencia

Raúl Signorini es uno de los médicos veterinarios expertos en caballos más importantes de nuestro país. Su trabajo y sus estudios le han dado jerarquía y reconocimiento internacional. Conocer su historia de vida hace valorar aún más cada uno de sus logros

historias | Edición #63

“En cuanto a mí, estoy en busca de la excelencia. No tengo tiempo para envejecer”, Will Eisner.

“El concepto que guía mi vida es que sin presión no hay conocimiento. Hoy se hace mucho hincapié en que el alumno razone, pero para poder razonar primero debe aprender, no se puede razonar sin conocimientos. Se ha bajado el límite de exigencia y entonces el estudiante, en lugar de avanzar más rápido en su carrera, lo hace más lento y con un menor contenido de sabiduría por la laxitud del sistema. Si queremos mejores profesionales, en todas las disciplinas, debemos ser exigentes. Yo sigo estudiando cada día, sigo buscando la excelencia”, dice Raúl Signorini desde la distancia a la que nos obliga la cuarentena. “Los jóvenes, los que están ahora estudiando, deben entender que es más importante aprender que recibirse, hoy vale el conocimiento mucho más que un título. Es fundamental que entiendan eso para poder darle base a su futuro. Cada vez hay más gente con títulos pero sin buena formación, porque el sistema se los permite. Conjuntamente con los demás profesores trabajamos para que el alumno genere sus armas para luego ser eficiente en su trabajo”.

Raúl nació el 4 de abril de 1958 en barrio Alberdi, en el centro de Rafaela, en tiempos que la vida no dependía de pantallas y la infancia tenía mucha calle, esa que socializaba y permitía gozar de libertad casi plena, con horas de juegos que pelaban rodillas y zapatillas por igual. Pero con el campo presente desde siempre, “mi papá tenía uno y me encantaba acompañarlo. Ir al campo era apasionante, siempre me gustó todo lo referente a la biología y me apenaba mucho ver sufrir a los animales, cada problema que había con ellos me despertaba una gran impotencia y, por sobre todo, ganas de aprender para ayudarlos. No hay un momento en que empecé a pensar que sería veterinario como mis dos hermanos mayores, porque creo que lo fui desde siempre”.

Primaria, con Escuela Intermedia incluida, y secundaria en “la Normal”. “Desde siempre me propuse formarme de la mejor manera, entonces le dedicaba al estudio más horas que el resto. Tenía algunas dificultades con Lengua pero me resultaba fácil entender Física o Matemática, lo podía razonar y correlacionar, y me hizo desarrollar la memoria de otra manera. Me acostumbré al hecho de entregar siempre un plus de esfuerzo y eso me dio rédito en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Esperanza, que es donde elegí hacer la carrera de Médico Veterinario por cercanía y por su excelencia. Tuve la suerte de tener compañeros que vivían conmigo que siempre se esforzaron por aprender, eso ayuda. Y también lo hace la exigencia de la facultad, que en ese momento era muy grande. Estudiábamos un promedio de 18 horas diarias. Me recibí en solo cinco años y medio y con muy buenas notas. Ingresamos alrededor de 220 alumnos y nos recibimos solo cuatro, el resto lo fue haciendo después”

¿Ya sabías a que te ibas a dedicar?

“Tenía ideas, pero al principio trabajas de lo que podés. Me case bastante joven con María Beatriz y entonces tenía una necesidad económica, así que no me podía dar el lujo de trabajar solo en lo que más me gustaba. Me recibí de Médico Veterinario, un título que abre un gran panorama porque el ámbito de esta medicina es muy amplio. Tanto que en este momento el promedio de tiempo para recibirse es de 9 años y tres meses por la cantidad de materias que deben cursarse. Siempre me gustaron los caballos, además siempre que pude hice deporte, y el caballo está muy relacionado al deporte. Pero durante la carrera me propuse aprender sobre todos los animales, buscaba formarme lo mejor posible. Apenas me recibí, íbamos a algunas veterinarias a hacer cirugías, porque habíamos hecho un trabajo de diseño de prótesis para perros con acero comercial, lo que las abarataba y las hacía muy precisas. Pusimos alrededor de treinta y nunca tuvimos una reacción. Ese tipo de placas se utilizaron durante mucho tiempo. También me gusta mucho la producción de bovinos, entonces fui a trabajar a Pozo Borrado, a Santiago del Estero, en tambos de nuestra zona, hasta que la misma profesión me dio la posibilidad de ir hacia los caballos”

¿Cuánto tiempo hace que te podes dedicar a ellos exclusivamente?

“Hará unos quince años, porque el pasaje fue progresivo. Pero todo lo que hice con otros animales también me ha servido como formación”

¿Atendés caballos en general?

“Fundamentalmente los de carrera y salto, porque los de polo, por ejemplo, se manejan de otro modo. Y los costos son muy distintos, un caballo de carrera de elite puede llegar a valer 5 millones de dólares, solo como ejemplo, en tanto que uno de polo, 50 mil. Trabajar con caballos de carrera es como ser director técnico de un equipo de fútbol, si el caballo anda bien, bárbaro, y si no, buscan a otro. Entonces hay que hacer muy bien las cosas para ir ganando clientes y darse a conocer de la manera que, al menos para mí, es la ideal: el boca a boca. Cuando hay carreras se producen reuniones en todos lados y de todos niveles, allí se mezcla toda la información, y se sabe todo de todos. Pero, que un caballo gane depende de muchos aspectos, no solamente del veterinario.”.

Bueno, lo hiciste bastante bien porque hoy tu capacidad y tus conocimientos te han llevado más allá de Argentina…

“Desde hace cinco años voy cada mes y medio a San Pablo, a Sao Borja, a Punta Porá, Carazinho, todo en Brasil, a Asunción de Paraguay, incluso antes de la cuarentena estuve a poco de viajar a Venezuela. Y, lógicamente, por todo nuestro país. Hago unos 10 mil kilómetros por mes, porque esto es personal, yo siempre trabajé solo hasta que se sumó mi hijo”

¿Por qué razón tú trabajo está tan bien considerado?

“Entendí que más allá de los problemas clínicos que hay que resolver en cada caballo, lo más importante es el herraje y el entrenamiento para que el animal puede expresar su carga genética. Entonces me enfoqué en el estudio del entrenamiento, algo sobre lo que se sabe muy poco. Una vez fui a escuchar una charla brindada por un especialista alemán. Cuando terminó lo salude y le dije “doctor, sus caballos están muy bien entrenados, pero corren despacio”, el me miró, hizo una larga pausa, y me dijo que tenía razón. “Es que no entrenan la fibra de contracción rápida”, le dije y se lo expliqué. Poco después comenzamos a trabajar juntos. Él logró que la Asociación Alemana de Caballos de Deportes respalde todo el esfuerzo que hacía yo para desarrollar el tema. Me enfoqué en los estudios sobre estimulación de fibra de contracción rápida. Quizá seamos los únicos en el mundo que lo hacemos, digo esto porque si alguien más lo hace, no lo publica porque lo que realmente les interesa es que sus caballos ganen carreras y no difundir sus estudios”

¿De donde eran los caballos?

“Nuestros, eran seis y los teníamos primero en el hipódromo de Rafaela y luego en San Jorge. Los trabajos fueron publicados en las revistas científicas más importantes de Francia y Estados Unidos, fueron cuatro publicaciones, lo que significa una enorme distinción que, si bien no brinda un rédito económico, cobra mucha importancia en el curriculum personal”

¿Tus hijos siguen tu camino?

“En lo que respecta a la profesión, solo uno. El mayor es Franco, un cirujano muy reconocido que hace poco estuvo cuatro meses en Corea del Sur enviado por el Hospital Privado de Córdoba para desarrollar técnicas sofisticadas de cirugía laparoscópicas. Vive en Córdoba y tiene trabajos publicados en medios científicos del exterior. Después, Javier, que es abogado apasionado por la política, está haciendo un posgrado en Derecho Laboral, tema sobre el que ha realizado algunas publicaciones. Trabaja y vive en Santa Fe. El tercero es Pablo, Médico Veterinario recibido con medalla de oro al mejor promedio de la universidad, curso materias durante ocho meses en la Escuela Nacional Veterinaria Alfort, en Paris. Él es mi compañero de viaje. Y el menor es Lucas, que estudia cuarto año de Ingeniería Electrónica en Córdoba y es adscripto en la cátedra Métodos Numéricos. Mis hijos son mi principal orgullo. Ellos y mi esposa son lo más importante en mi vida”

¿Seguís ligado a la Facultad de Esperanza?

“Si, durante varios años estuve en el Concejo, y ahora voy a dar clases los lunes y los martes”

El turf apasiona en todo el mundo por igual. La reina Isabel II fue clave para permitir remozar el hipódromo de Ascot. Hace 300 años, fue una rebisabuela de ella, la reina Ana, quien cabalgando por un bosque cerca del castillo de Windsor, al oeste de Londres, decidió que allí se construiría ese hipódromo. Epsom Downs, en Surrey, Inglaterra; La Zarzuela, en Madrid; Longchamp, inaugurado en París por Napoleón III; Churchill Downs, en Louisville, EE.UU; el Maroñas, de Montevideo; Ciudad Jardín, en San Pablo y nuestro Argentino de Palermo, entre otros, no son solo escenarios inigualables, sino también verdaderos monumentos artísticos que permiten la práctica de “el deporte de los reyes” .

El turf es un espectáculo apasionante con una gran cantidad de matices, ¿lo vivís también como espectador?

“No, jamás he jugado un boleto. Quiero que gane mi caballo, el que preparo, que tenga una buena actuación porque esa es la forma de valorizar mi trabajo”

¿Cómo es el nivel de entrenamiento general de los caballos hoy?

“En mi criterio no es el ideal, ya que no contempla actividades que son muy importantes para que el caballo  exprese todo su caudal genético. Es como el fútbol de los años sesenta, o el tenis…antes, los deportes eran aeróbicos porque se entrenaba de ese modo. Ahora no, se entrena de manera anaeróbica y todo se ha vuelto vertiginoso. Todos esos cambios que han sufrido otros deportes, nosotros tratamos de que ocurran con los caballos”

¿Eso pasa solo en Argentina?

“No, la única diferencia con países que son potencia en el hipismo, es el nivel de los caballos por el dinero que se mueve en el turf. Pero el entrenamiento es muy tradicional en casi todo el mundo, y la incorporación de nuevas tecnologías es lenta. Seguramente hay gente que trabaja en este rubro, pero como dije antes, se mantiene oculto, solo lo manejan sus entrenadores para que no se copie”

¿Preparar caballos es solo tu trabajo?

“Y mi pasión. Porque tiene todos los componentes para serlo. Está la parte puramente científica, la que tiene que ver con curar animales, que era lo que me dolía cuando iba al campo de chico, la lúdica que encierra cada deporte, y también la social. Es que este trabajo me ha relacionado con muchísima gente, muy variada, en lugares muy distintos y distantes. Cada vez que termina una carrera recibo llamados para contarme que ganaron o perdieron, y para preguntarme que pueden hacer en adelante. Es todo muy especial”

¿Qué sentís cuando gana un caballo sobre el que trabajás?

“Siento que gané, sin dudas. La adrenalina que genera este deporte es enorme. Creo que todos necesitamos generar adrenalina, algunos lo hacen en el automovilismo, otros en el fútbol, en el básquet…muchas veces ver ganar a un caballo te hace llorar. Y eso no tiene que ver solo con lo que se ha apostado, sino por el espectáculo en sí que significa una carrera, o con conocer la historia que hay detrás de esa presentación. Por eso, esto es mucho más que un trabajo para mi”